21 de octubre de 2009

La vida apesta. El hombre del ponxo IV

Pues eso hay veces que la vida apesta y prou. He perdido el movil nuevo lo cual contribuye con que la vida apeste. Os dejo con el pesao hombre del ponxo, k no se muere y a tiros, el colega.

Kedaros con está reflexión: Hay veces k la vida apesta y no hay nada más a decir.

EL HOMBRE DEL PONXO IV: el sobrinico

Es temprano, demasiado pronto incluso para los gallos tocapelotas y su afán de protagonismo. Pol Pol, sigiloso, medio desnudo y algo reumático huye por segunda ocasión en apenas 6 horas. Un inocente cervatillo alazano descansa plácidamente bajo una fina manta a rayas. Él, a hurtadillas, se agarra a la baranda del balcón, silva dos veces y en cuanto vislumbra aparecer a Charly se lanza contra él de un temerario y certero salto.

Hoy es el día, y más le vale despejarse de una vez de la caraja de ayer. Se detiene en la primera ladera llana a la vera del camino que encuentra. Prende un pequeño fuego para utilizar (hacer uso*) el humilde hornillo y la cafetera que siempre guarda en las alforjas. ¡Divino olor a café recién hecho! Dios antes de matarte te recompensa con estos pequeños detalles.

Pol contempla con gusto el amanecer. La humanidad despierta otro día más, dependiente de un inmenso grano ardiente y amarillo. Le escuecen las pelotas, algo que no le extraña y que con el próximo paseo de dos horas a caballo apenas sentirá.

Al galope llega a Noxfortville, un pueblucho de mala muerte al norte de la frontera con Méjico. Los refiados aldeanos, aunque se les torture, nada saben de lo que sucede en sus clandestinos tugurios al ponerse el día. Cuatreros, desertores, bebedores empedernidos, forasteros de mal vivir, forajidos, delincuentes y agentes de la ley corruptos juntan sus perdidas almas al caer el sol en un batiburrillo de cancanes al aire, tráfico de armas, whiskey, póker, conspiraciones y apuestas de azar.

Cuando los autóctonos ven llegar a Pol, agachan sus cabezas y despejan las veredas a grandes trancos. Todos le conocen, Todos saben que el pájaro marrón del mal agüero nada bueno trae consigo.

Sus zancadas son largas, veloces, resueltas a ir adonde van. Pol entra en un edificio de dos plantas reconvertido en hostal (posada*), sube las escaleras y aporrea un par de veces con sus nudillos la tercera puerta de la izquierda. Enseguida, es absorbido por la habitación.

*M- Poli por dios, que delgado y sucio estás. Cuanto tiempo sin verte, que alegría ya pensábamos que no venías- María una mejicana mestiza de encanto, gracejo y espontaneidad sin par lo abraza sin recato como una madre haría con su hijo recién retornado de la guerra.
*P- Y perderme este abrazo estruja huesos, ni hablar- un hombre de mediana altura y ojos más celestes que el propio cielo se levanta de la cama en la que estaba sentado y acude a su encuentro.
*R- Ya era hora, canalla. Hay muchos flecos por arreglar- la mirada de Ron es un rayo de luz. Un faro sincero que no entiende de emboscadas. Cosa extraña en este microcosmos competitivo y hostil del noroeste de América en el que pueden pasar los meses y los años sin noticias de alguien confiable.

Se sujetan de la mandíbula, reconociéndose de nuevo el uno al otro, se funden en un fuerte abrazo y sonríen congraciados. Ron ha envejecido bastante desde la última vez que se reunieron, hace exactamente 9 meses. La entrada de la derecha se le ha acentuado, su pelo ha encanecido y su frente se ha arrugado hacia el entrecejo dotando de impacto y seriedad a su presencia.

*P- estás guapo, maldito bastardo. Lo suficientemente guapo como para que te vuele de un solo balazo esa puñetera sonrisa de marica.
*R- tengo ese mismo sentimiento hacia ti, hermano- un lloro. Un inconfundible lloro de bebé suena y resuena por la estancia.
*P ¡qué demonios!- María se retira hacia el rincón derecho de la habitación y allí sobre la mesilla, en un cesto reconvertido en cuna, se encuentra el foco emisor del escándalo, un malgeniudo recién nacido. Ella se agacha para acoger entre sus brazos aquel fardo sonrosadito tan lleno de vida y protestas. Lo balancea hasta que se calma. Manda besitos y garatusas al cuerpito que sostiene, mira a Pol con cariño y se lo muestra orgullosa. Él, aunque se resista a demostrarlo, se enternece. Como no enternecerse con una criaturita tan mona y redondita. Es un varón, blanco como la cal, de grandes ojos negros, curiosos, de expresión traviesa y mofletes rechonchotes (colorados*). Ron se acerca a María, los estrecha con su musculoso brazo derecho.
*R- Pol te presento a Mike, nuestro primogénito. Saluda a tu tío, Mike- presume el novicio padre de familia.
*P- Por el amor santo que mocoso más guapetón. Como se nota que se parece a la madre- la preciosa morochita se sonroja halagada. Preciosos ambos, mofletudos, chatitos, conjuntados, lucen en sus rostros toda la luz, la alegría (gracia*) y la energía del buen sur.

Mike gatea tras su hermano mayor, Pol. Mike hace años que sabe caminar pero le gusta hacer ver que es una lunática locomotora fuera de control “chup-chup; chup-chup” irrumpe cada dos por tres con una endiablada cadencia por el espacioso salón del rancho. Pol lo esquiva con un eléctrico quiebro de cintura y en cuanto intuye la escapatoria de la ventana, la sortea de un bote y se aleja de la casa a paso chulesco. No es mal hermano mayor pero de normal su carácter no es favorable a (displicente con*) las pillerías (los enredos*) del malcriado benjamín de su madre.

Pol va a ver a su linda novia, que bonita le suena esa palabra sólo de pensarla. A su madre no le hizo mucha gracia cuando se la presento, pero, trago, trago, y tanto que trago, Cloé sería capaz de hechizar a la luna para que saliera por el día si se lo propusiera realmente. Su secreto está, especula él, en la utilización de sus ojos. Los entreabre, los guiña, los acera, los enternece y los ilumina a su antojo, y esto, va domando, poco a poco, al observante reacio que, finalmente, pierde la noción renuente ante la brutal ráfaga de recursos hipnóticos, ejecutados por ella, con desparpajo y soltura, en el punto justo y efectivo de la trama.

Cloé ha planeado un picnic hasta el anochecer. En la cestita de caperucita ha elaborado humildes (suculentos*) manjares de variopintas procedencias. El plato que más destaca es uno del que ni siquiera sabe pronunciar el nombre producto de una enrevesada receta francesa con la que ha tropezado mientras curioseaba un roído libro de la librería familiar. Cloé quiere parecer más dulce, más lista, más sofisticada, en definitiva, más irresistible y, espera nerviosa, deseosa y emperifollada en el entablillado de las escaleras del porche de su casucha al zángano que de tanto en tanto se atasca, para contemplarla embobado como si de pronto, ante él, se le hubiera aparecido la aurora boreal (mismísima Virgen María* ).

Al ver su desgarbada silueta acercarse desde el horizonte se sonrosa ilusionada. El muchacho lleva sombrero, muerde por el rabillo una ortiga y anda despacio, seguro de sí mismo, con 15 años y medio ya es todo un vaquero. Se abalanza sobre él como una osezna cariñosa que se reencuentra con su madre tras una tarde de juegos fraternales.

*P- ¿Qué pasa pequeña, tanto te alegras de verme?
*C- Sí, más de lo que cabalmente cabría suponer- Pol ha dado el estirón en este último año y ahora al rodearla entre sus brazos la envuelve completamente sobre su endeble pecho- tengo una sorpresa- menea la cestita- vamos- indica con la cabeza hacia la dirección tras el montículo verde. Tras una escueta caminata se asientan sobre el mismo pasto primaveral en el que Cloé y su madre jugaban a ser felices.

Comen, beben, ríen, disfrutan de la brisa, del paisaje, del clima templado, de la jugosidad de sus cuerpos, se enzarzan alegremente en las guerrillas del roce y el cariño, murmullan caricias, hablan, se burlan, se cabrean, se conforman con un incierto futuro ausente de continuidad.

Vuelven agarraditos de la mano a eso de las 8 de la tarde, difuminados entre aquellos maizales y viñedos teñidos de naranja y grana.

*C- toma, esto es para Miky- rebusca dentro de la cestita. Tras el ruidoso suspense, saca un tren de juguete tallado al detalle en buena madera de roble- era de mi hermano mayor, lo hizo él mismo con sus habilidosas manos de teniente. Me lo regalo antes de partir al frente, según mi padre, yo de pequeña me encaramaba negligentemente a su estantería cada dos por tres y se lo robaba. Él soñaba con ser maquinista, bueno, ahora ya da igual- se lo entrega con esa pizca de amargor en la mirada que se desprende de sus palabras.
*M- le va a encantar- lo estruja con la axila, atenazándolo allí, se besan azucaradamente (tiernamente*). Pol regresa a su casa cargado de mimos, de ilusiones y vagones heredados.


Mike fue un niño soñador y enfermizo durante toda su corta vida. Un infante, puro, inocente, tremendamente curioso, impetuosamente hiperactivo. Un ser que inundaba de alegría el recinto por el que jugaba, inventando duendes enviciados al pilla-pilla, confraternizando con estrambóticos amigos imaginarios, causando agitación ferroviaría a su paso, recortando cometas con la forma combinatoria de varios animales.

Un crío que falleció con 13 años recién cumplidos a consecuencia de una pulmonía mal curada. “Un ángel” que fue el nombre con el que su pobre madre se refirió a él a partir de su muerte.


*P- este también tiene pinta de ángel- susurra Pol mientras le zarandea suavemente la manita. Su sobrinito balbucea una sonrisa, y él trata de recordar sobre (ver en*) ella la pícara sonrisa de su hermano menor.

CONTINUARÁ

Alé un abrazo fuertote. Y deseadme mucha mierda, para que encuentre un buen trabajo pronto.