24 de noviembre de 2012

Rocky's motto y el hombre aponxizao IX


Por fin la he acabaoooo, pufff…. Lo que me ha costao la nueva entrega del andrajoso soplapollas de los huevos este (k bien k hablamos los españoles, kina educación de verdad). Es el primer hombre del ponxo del año, kin desastre (si estuviese en 1a persona otro gallo le cantaría). Bueee, llevo dos meses mezcla de ratón de biblioteca y marmotilla; pero la última semana ¡sorpresa! Me he puesto a saco con el entrenamiento, la semana pasá ya nadé tres o cuatro días y esta aparte de que el lunes me hice 150 largazos llevo estos tres últimos días con más dos horas y media de mierdas cada mañana… conclusión: agujetaaaaaaaassssssssssss……. Dueleeeeeeeeee…. No puedo estirar el codo derechoooooo, me voy a tomar hoy libre, mañana más de mi plan vigorexiate 2012/2013 by Álvaro…. Ahora un viajecito cultureta a Madrizzz y a apuntarse al cursete de monitor de natación, y el estrés pa kien lo kiera, jijiji. En fin, sin más preámbulos de atontao ahí va:

EL HOMBRE DEL PONCHO IX: El shosón que susurraba a los caballos

A Charlatán lo que están a punto de hacer no le convence en absoluto. Tiene tan mal presentimiento al respecto que incluso por momentos el corazón parece ahogársele en aguarrás. Pero él no es más que un caballo, una servil montura, ese es el escalafón en el que Dios colocó a su especie. No obstante, no puede dejar demostrar su reticencia al emprender la marcha hacia su mal augurio. Sus trancos son desganados, y su posición pese a los continuos espuelazos de Pol se mantiene, constante, a la retaguardia del grupo de maleantes.

El barranco Matacabras aguarda silencioso o más que silencioso, ininteligible. Las cascabeles, las iguanas, los buitres, los coyotes, los jerbos… todos ellos murmuran, advierten, pero casi ninguno de los soberbios humanos les entiende o pretenden hacerles caso. Pol es el único que aprendió a darles cierto valor a sus murmullos, pero la codicia es un estímulo tan poderoso, tan mezquino y absorbente que suele interferir y anular cualquiera de las percepciones humanas que le sea contraria.

El plan va según lo previsto, bueno, todo lo sobre ruedas que puede ir un acto de este calado. La fechoría, al fin y al cabo, es un arte de improvisación y turbio coraje. Nunca se sabe cómo va a salir hasta que finalmente se ejecuta. El día marcado te puede oler a canela y pan recién hecho y en apenas un instante, en una mala jugarreta del destino, acabar con tus huesos en la fosa común de cualquier penitenciaria de tres al cuarto.

Ron acaba de encender la fogata que tenía que prender en cuanto les viera. Eso les da, al menos, tres cuartos de hora para el desenlace. La espera, el intervalo previo a cualquier asalto, esa es probablemente la peor fase de todas. Los criminales no suelen ser gente que se caracterice por su paciencia. La impaciencia es uno de esos imprescindibles baluartes del malhechor: el dinero rápido, la consecución rápida de sus metas y deseos, la fama rápida, la muerte rápida…

Pol partió de su pueblo como hombre de aventura. Eran tiempos duros, pero aún había tierra por conquistar y arrebatar. Aún había riquezas por descubrir y arrebatar. Aún un solo muchacho con ímpetu y buen manejo del revólver era temible y fundamental para las aspiraciones de consolidar aquel nuevo país del carajo.

Pronto, se hizo amigo de un indio shoshón al que salvó de ser fusilado por una cuadrilla suelta del séptimo de caballería. Lo liberó sin querer, fue simplemente para que no le enrolaran a él también en el frente. Se vio obligado a hacerlo. En ningún momento tuvo intención de matarlos. Pero cuando se vio apresado, forzado violentamente a acatar el designio de aquellos niñatos con uniforme, su furia de bestia libre se desató, saliendo a relucir sus letales virtudes como pistolero.

Pocopé, que había sido cruelmente maltratado por aquellos cuatro soldados de fortuna infortunada, creyó deberle la vida y se pegó a él. Pol habría preferido que hubiera huido en el acto. Su misión era regresar lo antes posible a casa para casarse con Cloé. Y para ganar el dinero suficiente, bien conocidas sus dotes, sólo manejaba dos alternativas en las que de poco le servía un indio agradecido al que apenas se le entendían 15 palabras en rudimentario inglés. Las opciones de enriquecerse consistían en o bien encontrar oro por las montañas del Norte o bien trabajar de vaquero de grandes ganaderías, guiando a toros, vacas y becerros entre las largas y peligrosas extensiones de desierto que separaban el oeste del este, el salvajismo productor del civilizado consumidor.

Ambos buscavidas se toparon casi de inmediato con una oportunidad propicia. Una gran ganadería, la Monaghan bro con su millar de cabezas cien por ciento vacuno americano, se les cruzó y, escaso de personal avezado por diversas vicisitudes normales y corrientes de un trayecto largo por aquellos indómitos lares, los contrataron.


El arriero jefe, Jeff, no era mal tipo. Un trabajador competente, confiable y leal de orígenes y pinta completamente nórdica. Su dorada cabellera, sus ojos celestes y su amplia espalda de vikingo así lo atestiguaban. Aunque lo más interesante de aquel individuo era aquella intuición fuera de lo común que le permitía evitar líos por aquellos lares tan, pero que tan alejados de las viñas del señor.


Al finalizar aquella afanosa primavera Pocopé y Pol se habían convertido en hombres para todo, en peones, granjeros, carpinteros… de confianza de Jeff. Y esto les había provisto a su vez de una buena suma ya ahorrada. Pocopé ya se comunicaba mejor en inglés, aunque prefería no interrelacionarse con los blancos. Notaba en casi todos ellos el vil desprecio de sus hundidos ojos y lo que es peor aún el de sus palabras y actos. Por suerte, Pol y Jeff lo trataban con afecto, como a uno más. Seguramente por su destreza al ir a caballo. Entre jinetes la lengua y el color de la piel bien pasan a un segundo plano.


Un día, al regreso de uno de los últimos viajes de la temporada, uno de los jornaleros trató de robarle su saquito a Pocopé. El indio, un auténtico portento físico, le propinó una paliza descomunal y Pol, al enterarse, remató la faena con varios cortes y marcas ya indelebles en uno de los muslos y parte del torso de aquel ratero sin conocimiento. Pese a la protección sin fisuras de Jeff, el asunto se enturbió y empezó ganar trascendencia entre las puritanas y racistas gentes de la floreciente comunidad a la cual pertenecía la gran finca de la Monaghan bro. Antes de que el revuelo contra el indio maltratador fuese a mayores Pocopé y Pol, Pol y Pocopé, armaron el petate, anudaron sus ganancias en un lugar seguro cercano a su entrepierna y partieron desafiantes hacia nuevas disyuntivas. Jeff les ayudó en aquella huida preventiva mucho más de lo que a fe cristiana le correspondía, les vendió un par de buenos caballos a mitad de precio y les dio a ambos un aguinaldo extra bastante sustancioso, todo y prometiéndoles, que en dos años, en cuanto las aguas volvieran a su cauce, serían muy bien recibidos por la finca. Pol podría haberse quedado pero el callado shoshón y él poseían ya un vínculo de esos difícil de explicar. Eran hermanos, sí, hermanos de asesinato y castigo, hermanos de penuria y travesía. Y esa unión frente al desierto inabastable, frente a la crueldad social imperante, era una fortaleza formidable, la única fortaleza a la que en realidad podían recurrir ahora aquellos dos hombres de fortuna.


Pocopé, finalmente, le entregó su total confianza a aquel blancucho del carajo. Pol con él se sentía a gusto. Y raro en él, llegaba a bordear la charlatanería, le hablaba de lo verde esmeralda de los ojos de Cloé, de lo bien que tejía, bordaba y cocinaba, de lo envolvente que era su dulce voz cuando narraba historias, leyendas, cuentos… de lo cariñosa que era y de cómo su corazón se le atragantaba contra la tráquea cada vez que ésta se arreglaba para llevarla a bailar. Pol le describía los bailes, las verbenas, las misas, las pillerías con sus hermanos, sus aventuras de niño topo, todo. Todo con una simplicidad, con una inocencia impropia de un superviviente como él. El indio se sorprendía a cada rato con las boberías y refinamientos de los que gozaban los blancos en vez de correr por las praderas y escuchar, entender a la natura. Mas a pesar de que aún se le escapaban algunos detalles y fragmentos de aquella lengua extranjera lo cierto era que le entretenían a rabiar los exóticos monólogos de su amigo.


A la mañana siguiente después de desayunar, Pocopé se acercó con el caballo a la posición de Pol. Trotaron un cuarto de hora en paralelo con la costumbre ya asentada de aquella compañía silenciosa que los mantenía a salvo de ellos mismos y sus locuras cotidianas. El piel roja, de repente, percutió con sus nudillos contra el hombro de Pol.


- Tú y yo, ir hacia noroeste- medio gritó en mitad de ninguna parte, señalando con su brazo derecho la dirección- Haber una montaña, una cueva que mí querer enseñar ti- Pol le palmeó en la espalda, sabiendo perfectamente lo que recién su amigo le había confiado y ambos al primer cruce de miradas supieron que no se habían equivocado.


Una diligencia último modelo se empieza a divisar a lo lejos. Seis buenos ejemplares de pura sangre inglés tiran al galope del elegante carruaje. La brillante carrocería, de impoluto y esmaltado color caoba, produce en los forajidos allí expectantes un vértigo, una lujuria visual difícil de igualar.

CONTINUARÁ

Bueeee, como sabéis llega la época del año k más me sulibella y este año no va a ser distinto. Así que aparte de seguir con mi autotortura física (todavía me queda el otro codo por fastidiarme), voy a jalar guarreridas navideñas komo una limaaaaaaaa…. K a mí guuutttaaa muxooo. Creo k volveré con una perleta antes de fin de añooooo. Así que cuidaosss muxoooo y abrigaos bien (no salgáis sin la chaqueta de casa, suicidas en potencia). Y a ser mu malosssss pero con buen fondo. Elé, con esto y un panettone (de los de pepitas de choco, no de los de los de pasas… pasas cacaaaaaaa) talueeeeeee. 1 abrazo gente majaaaa

PD: toy hexo un torooooo, por lo de arrastrarme a cuatro patas digo, jejejeje…. muuuu