6 de enero de 2015

Hombre del Poncho XII, parte a... se aproxima el desenlace y feliz año dormilquinseeeeee

Bueeee, hace millones de trillones de quintillones que no me paso ni escribo una miajá por aquí, será porque he tenido un periodo de vida muuuu muuuu felisssss y ajetreaoooo, eso tb, y no he teníooo tiempo ni demasiássss ganas de escribirrrrr por escribirrrr, sino de vivirrrrrrr, ouuu yeahhhhh :) :)

Manke conste k no me he olvidao de ustedes y aquí usus traigo una nueva entrega, que ya va uniendo toas las piezas del puzleeee y creando intriga brutal pal truculento a la par k conmovedor y conmocionante desenlace final.

En fin, deseandoos de antemano que esté 2015 os resulte chachiii pistachiii del tó.... Ahí vaaa

HOMBRE DEL PONCHO XII.a) sangre, sangre, mucha sangre

Sangre con sabor a hierro. Putos glóbulos rojos en estúpida y vertiginosa deserción. Masiva, suicida. Los irregulares dientes, las podridas encías, la lengua, la babilla, las comisuras de los labios, los extremos de la barbilla ¡mierda! Que escándalo de escarlata se exhibe cuando a alguien, sin preaviso alguno, se le empieza a escapar la vida. Todo había salido tan bien de inicio y, de repente, un disparo feroz, rotundo, limpio, había atravesado uno de sus pulmones. Charly notó la extraña sacudida de su dueño y de inmediato, a causa del impetuoso tirón de riendas, se alzaron sus patas delanteras en violento y oblicuo escorzo rampante. Casi vuelca pero a tiempo acertó a templar el nervio, elevó la grupa y estiró sus pezuñas en abrupto aterrizaje. Después, miedo, pavor, pánico recorriendo de punta a punta su alazano y musculado lomo.

Pol siente que en su interior algo ha estallado. Algún resorte ha saltado y aquel mecanismo tan fiable de dos minutos antes apenas responde. Los muslos, las piernas y los parpados le pesan, es como si le hubieran dado de un solo golpe la madre de todas las palizas jamás merecida. Escupe una y otra vez mestiza sangre a medio coagular, mas el brotar de aquel caliente ectoplasma no atiende a achiques y persiste con el encharque. Tiene ganas de desconectar, cada trote supone aullidos, alaridos incontenibles de dolor para sus riñones, mas se autoconvence que ha de mantener la consciencia como último recurso al que agarrarse, al que aferrarse.

Charly siente que un caballo de negro pelaje les pisa los talones. Un rifle con cartuchos de gran calibre estalla de poco en poco dramatizando su frenética cabalgadura. Incluso para alguien como él, que no es ni mucho menos un rutilante estratega, la situación no ofrece demasiadas alternativas para sobrevivir. Han de huir. Deben correr como si el despiadado demonio les persiguiese para robarles el alma y condenarlos de una vez por todas al fuego eterno que cualquier pareja de bandoleros de pro merece.

Pronto corrió como la pólvora la noticia de que Jack alias “mala cabra” Brackston, hermano de John, el jefe de la banda de bandoleros más temida y numerosa del sudoeste americano, había sido asesinado por un humilde ranchero del condado agrícola de Wendell. La amenaza de destruir la endeble y tensa paz de aquellas desamparadas y aún incívicas tierras desató una enorme inquietud y pavor entre diferentes comunidades y gentes de bien. Las posibles represalias que el hermano del muerto iría a cobrarse eran inimaginables. Abominables y sañudas, en cualquier caso. Los aldeanos, aterrorizados, deliraban incluso con una apocalíptica venida desde los infiernos. Y ya puestos, especulaban con un morbo innecesario el cómo arremetería aquella caterva de criminales contra los diferentes pueblos. En tales macabros y fantasiosos relatos, John Brackston “el demonio reencarnado”, espeluznante adalid emergido del Averno, se aparecía en una noche oscura, sin luna ni estrellas, a lomos de la imponente versión de un esqueleto equino, a su vez, secundado de cerca por un centenar de cadavéricos y nauseabundos jinetes, todos ellos esplendidos por infaustas llamas de alargado y siniestro resplandor. Y así, entre interminables sonidos de cañonazos y bramidos provenientes de ultratumba perpetrarían una escabechina en la cual nada ni nadie escaparía de aquella rabiosa venganza, de aquella iracunda maldad.

Pol Pol estaba, lógicamente, preocupado. Las diferentes autoridades de ambos condados limítrofes se habían desplazado a hacer sus averiguaciones sobre el caso y una vez efectuadas las consecuentes comprobaciones le habían instado perentoriamente a “coger a su mujer embarazada, empaquetar sus escasas pertenencias e irse hacia el este sin mirar atrás”. Cómo podían aconsejarle con semejante aplomo la cobardía. A él, que era americano, nacido a escasas millas de allí, criado como un lobezno salvaje por una loba voluntariosa en aquel terreno arenisco de matorral y espino. A él, que había ido bregado contra las adversidades en tierras extrañas y había vuelto para labrarse el futuro con el sudor de su frente ¿cómo?¿cómo osaban? Gallinas, asustadizos necios de poca implicación, de poca determinación, carácter y fe. Porque sí, porque él creía en su país, en que todo estaba progresando, y en él como granito de arena más en ese progreso, en ese avance de la civilización contra la barbarie y el caos. Cuán inocente, ingenuo y equivocado le resultarían hoy sus convicciones primigenias.

John Brackston era un hijoputa sin apenas sentimientos, sin vinculación o apego alguno con la piedad o los remordimientos, la noticia de la muerte de su hermano mayor en cierto modo le produjo alivio. Incluso, para ser más exactos, bienestar. Ya no tendría que preocuparse por aquel grillao degenerao que se la pasaba violando niñitas de 11 o 12 añitos sin siquiera cerebro para escabullirse disimuladamente una vez culminada tal perversión.

De la familia de 7 hermanos, tras la miseria y la orfandad absoluta, sólo habían quedado 4, tres chicos y una chica… dentones, orejones, con los ojillos oscuros y juntos como ratones de campo, grotescos todos, endemoniadamente feos como jerbos famélicamente encabronaos. Al menos, gracias a su extrema crueldad, los dos varones rápidamente se pusieron a sus órdenes. Joey, el pequeño, tras una rebeldía inicial, le rendía total pleitesía, admiración y subordinación. Un desarrapado extrañamente aplicado que aparte poseía unas manos hábiles y veloces como pocas. Pero Jack, el rudo, bruto y testarudo Jack, aludiendo a su condición de hermano mayor jamás acabo de plegarse del todo ante su hermano, ya que a su natural desviación le unía un díscolo temperamento de mierda incompatible con la lealtad y la sumisión absoluta. Por ello, John le tenía que escarmentar de vez en cuando con trabajos forzosos y tareas manifiestamente humillantes. A lo cual Jack respondía pasado un tiempo prudencial de arrepentimiento y buenas intenciones con otra impensada y temeraria escapadita de los suyas, de la cual, si resultaba infortunada, eran John o Joey quienes tenían que sacarle vez por vez las castañas del fuego, dependiendo, claro está, quien se hallase más cerca de los barrotes que nuevamente contenían a ese hermano suyo cuya profesión primordial radicaba en ser un tarambana tocapelotas de cuidado.

Sin embargo, a pesar de este desdén hacia la figura recientemente fallecida de Jack, que ninguna persona se lleve a equívocos, nadie podía matar a su hermano y salirse de rositas, a no ser, claro, que él mismo o Joey hubiesen sido, finalmente y por puro hartazgo, los autores materiales de semejante acto. La tabla de la ley de aquella organización de criminales era tajante, y el sostenimiento de la hermandad, prestigio y cohesión interna de la banda requería, sin excepción, que quien atentase contra uno de los suyos fuera gestionando también un sobrio epitafio para su propia lápida.

Aquella era una mañana corriente de un invierno algo entradito en días, unas primeras horas empañadas y frías a dos semanas vista para la siembra del tabaco. El ambiente en la hacienda, sin paños calientes, era tenso, de una calma chicha desconcertante. Los rumores revanchistas de los Brackston pendían como una espada de Damocles sobre todos y cada uno de los quinteros, jornaleros o simples empleados de la finca. Pol Pol llevaba un par de semanas saliendo antes del alba a inspeccionar los lindes de cabo a rabo y volvía ya amanecido con el gesto torcido, a proseguir con las labores propias de cualquier granja.

A las 8 de la mañana, como un batallón de desertores y violadores provenientes de una guerra sin sentido ni honor, un primer grupo de siete mugrientos y sanguinarios maleantes comandados por Joey “cara partida” se presentó en la finca familiar de los padres de Pol. La leve lluvia había convertido el camino en un superfluo lodazal. Los caballos con sus pezuñas y su pelaje salpicado en pestilente cieno se detuvieron frente a la valla de la casa principal y empezaron a relinchar, a jadear, a alzarse a dos patas… El administrador, Hoffman, un descendiente directo de galeses poco dados al dialogo o la diplomacia, salió a recibirlos, rifle en ristre. El individuo bajito y dedicado que había sustituido haría tres años a su padre en el cuidado agrícola de la finca con un éxito notable tanto en mejoras técnicas como organizativas, se aproximó a ellos con garbo amenazante y paso firme.

Buenos días ¿qué diablos se les ofrece?- vociferó con el coraje que se le presupone a su sangre, ahuyentando hasta el subconsciente el incipiente frío y el tremendo miedo que siete alimañas forasteras de semejante calibre y armamentística producían en cualquier hombre solo.

Seis balas atravesaron de inmediato su algo arrugada piel. El estruendo fue brutal, el desesperado grito de dolor breve. Los cuajos de sangre se formaron a marchas forzadas, pintando de macabra ya de buen inicio el brusco empiece de aquella escena.

Joey que contemplaba la ejecución en calma, impertérrito, esperó al impactar del ridículo cadáver del administrador contra el barro para acariciarse, sardónico, la cicatriz que recorría prácticamente la totalidad del lateral izquierdo de su horrible cara de mangosta. Aquella marca, recuerdo temprano, imberbe, de cómo se las gastaba John con aquellos que por descuido o ineptitud le fallaban, le ungía de una presencia imponente, atroz.

Pronto, un carrusel de balas empezó a agujerear, a retumbar contra las estructuras del caserón familiar. De hecho, a la segunda ráfaga de tiros, todos los que habitaban en aquel momento el primer piso habían sido abatidos. Los padres de Pol, la única sirvienta, los dos hijos, la mujer y la madre de Hoffman habían resultado heridos de muerte sin siquiera haber visualizado el desalmado y miserable rostro de sus verdugos.


Ron y la hermanita pequeña de los Pol, Claire, que eran los únicos ya que ocupaban estancias del segundo piso, aterrados, se acularon por puro instinto detrás de sus camas ante los primeros estruendos. En cuanto cesó el tiroteo, Ron corrió a la habitación de Claire. Claire pálida y rubia como un doblón español extraído del Dorado, lloraba desconsolada bajo la cama. Sus ojos verdes esmeralda apenas brillaban ante los destrozos, las astillas de madera y el polvo circundante. Ron, raudo, enjugó las lágrimas de su hermanita y la apurruñó contra su costado.

- Escúchame Claire, vamos a salir de está pero tienes que hacer lo que te diga, no pensar en papá ni mamá y agarrarte a mí como una garrapata- susurró Ron a los ojos hinchados, amoratados y acuosos de su hermanita con un valor y una convicción fuera de toda lógica. Claire asintió por asentir y atenazó con toda la fuerza de la que era capaz la temblorosa mano de su hermano.

En plena tregua de comprobación de enemigos vivos, muertos o heridos, Ron y su hermanita se desplazaron a la antigua pieza de Mike. Ron precisaba de algunas respuestas para poder escapar de aquella masacre. Una vez allí, bordearon la cama intacta in memorian de su hermanito y mirando con el rabillo del ojo a través de uno de los vidrios secundarios de la ventana principal, Ron, al fin, pudo divisar y medio distinguir a los tipos de la entrada. Y en un visto y no visto, gracias al pañuelo rojo de los cuatro de la cuadrilla ahí apostados y a la cicatriz del más adelantado hizo un análisis y evaluación de la situación más que acertado ¡los Brackston! ¡Joey! ¡joder! ¡papá! ¡mamá! ¡Suzy! ¡los Hoffman! ¡mierda! ¡hijos de puta! ¡malditos hijos de puta! Los tres jinetes de las tres monturas descabalgadas no tardarían en encontrarles si no se movían. He de avisar a Pol. Fijo que ellos serán los siguientes. Con tal, si seguimos aquí, así, desarmados, indefensos, estamos muertos.


CONTINUARÁ

En fin xiketos y xiketas, espero haberos dejao impresionaos y con mushas ganas de que es lo que va a pasar y ya pasó, trankilos está tó en mi mente demente y en dos, tres entregas (k pueen tardar la tira o ná, nunca se sabe conmigo) Pol Pol estará finiquitao.... Bueee con estó y un roscón de reyes ahí ha quedao mi regalo de reyes, espero k os haigaaaa gustaoooo.

PD: Perdón k haiga tenío en vilo, sin nueva entrega tanto tiempo y espero k tó os vaya chupilirindiiiiii y k no haigais engordidooo demasiaoooo en navidades, k eso está mu feooo, k dsps la pobre Tierra os tiene que aguantar y ya bastantes disgustos, poluciones y calentamientos de tarro y de otro tipo le damosssss.... así que alé, tós a comer verduritasss a cascoporro, hacerlo por ella k es azul y nitrogenada :P XD