1 de enero de 2009

El hombre del ponxo

Hola buenas, feliz año a todos. 2009 será bueno, hará sus deberes todas las tardes, se comerá hasta la última verdura del plato y se ira a dormir pronto a la cama. Sé que ya no hay marcha atrás, es hora de cambiar ciertas cosas y voy hacerlo. Ya no soy el mismo ni quiero serlo.

El caso es que como estoy harto de mi vida voy a hacer un experimento. Os voy a presentar a alguien. Un personaje propio, algo malcarado y anticuado. Quiero comprobar que tal os cae. De momento sólo os lo muestro después ya os contaré acerca de sus hazañas y aventuras. Es, sobre todo, una excusa para obligarme a practicar la tercera persona narrativa que tan poco me gusta (viva la primera, contar las cosas de primera mano, ser el puto protagonista, sentir la brisa emanada de tu propia imaginación).

EL HOMBRE DEL PONCHO

Pol Pol ya no se pregunta qué demonios hace en medio del desierto, se ha acostumbrado a las ventiscas de arena, al aire seco, al calor sofocante, a la mugre y a las liendres con las que comparte su agria sangre. Su cuerpo se ha adaptado a aquellas condiciones extremas mejor que un parásito asesino a un mal huésped. Además domina al dedillo todas las artes que requiere el lugar: sabe ir de tipo duro, sabe como hacer que nadie le tosa, sabe como escupir groseramente, sabe como matar con el leve pestañeo de su mirada, sabe como ahogar cualquier remordimiento, sabe como meterse en las bragas de las damas más refinadas y como pagar el mínimo precio por los servicios de aquellas que no lo son tanto. Su carácter también es perfecto para el contexto padecido, es claro, conciso, no malgasta palabra e infunde respeto allá por donde anda.

Viste básicamente con un poncho marrón polvoriento que jamás, ni en los días más bochornosos (abrasantes*), se quita. Es un recuerdo, pero él jamás contará nada acerca de su procedencia. No hay espacio para blandunguerías (el sentimentalismo*) en el lejano oeste.

Su piel está bronceada, acetrinada a causa de sus asiduos escarceos con el sol. Desperdigadas pecas recorren la orografía de su cara, algo arrugada ya a pesar de no superar apenas la treintena. Una barba de dos semanas, a manchas canas, denota su poco interés por el cuidado estético. Como él bien resumiría, las balas no entienden de potingues, perfumes y afeitaditos. Su porte es todavía recto y gallardo. Sus ojos comunican paisajes gélidos a aquel que se los cruza. Grises icebergs que con contundencia (solidez/prepotencia*) navegan a la deriva por el antártico más austral. Es un tipo apuesto y bien parecido pese a todo. Si bien todas lo preferirían tras una buena ducha y un rasurado apurado es evidente que ninguna se resistiría demasiado a ese innegable atractivo animal que desprende.

Pol Pol escupe la ortiga que le ha acompañado durante gran trecho del día. “No es nada personal” masculla al despedirse (desembarazarse*) de ella. Esta anocheciendo y se ha agotado el tiempo de asueto y detenimiento. Acelera el paso al compás de unas espuelas rechinantes. La delgaducha camarera de la decadente cantina le servirá la cena. Y al posadero barrigón del Dorado más le vale haberle reservado su mejor habitación.

Pol Pol está de acuerdo con encarnar al rudo arquetipo de su época. Su vida en comparación con el resto de los mortales que campean por su alrededor es razonablemente buena. Es la compensación que merece su mayor proximidad a una muerte precoz. No llegará a los 45, eso es algo bastante fácil de predecir. Pero él no teme a la muerte ya que jamás se permite pensar en ella. “Un prófugo jamás voltea la vista” esa es la filosofía abreviada de cualquier forajido que se precie.

Amar, amar… Amó sólo una vez. A una pobre y bella pordiosera condenada a peor suerte que él mismo.

Cuando ocurrió, en aquel momento justo, no supo, no pudo protegerla. Pero cómo iba a proteger a nadie un débil criajo que a duras penas lograba valerse por sí mismo, que a duras penas sobrevivía de un día para otro. Por aquel entonces no era más que un elocuente fanfarrón de fácil rendición. Después, ya fue tarde. Y en la desmesurada venganza no halló halo alguno de redención.

Pese a que él jamás dejará de mortificarse por aquello, no fue su culpa, tampoco, podría haber hecho mucho más. Si acaso, lo máximo, escoltarla, bajo tierra, en el nicho de al lado. El mundo es un territorio hostil y el ser humano una bestia despiadada.

CONTINUARÁ...

A pesar de que parezca una presentación bastante completa ni mucho menos lo es. A caso sabríais decirme si es rubio o moreno, alto o bajo, fornido o delgado, cómo se gana la vida con cierta concrección, algo acerca de su familia si es que la tiene… La descripción en sí esta bastante abierta. Ya sabéis, por lo menos, que es un ser atormentado, orgulloso y parco. Sabéis donde cenará y donde dormirá esta noche pero ¿qué demonios hará mañana? Si mis reflexiones no alientan vuestra curiosidad, es normal, muchos antes escribieron sobre personajes parecidos. Y el enigmático por muy seductor que se considere siempre pierde seguidores/fieles por el camino. Es sólo que este caradura descarriado es muy amigo mío, y creo sinceramente que merece una oportunidad. Prometo diálogos hilarantes pa la próxima entrega. Es que como al principio tienes que explicar bastantes cosas se hace un poco aburrido y denso, la verdad. Al menos, esa es mi humilde opinión sobre los inicios de casi todos los libros. Ah! Por cierto en los paréntesis puntillados con un asterisco si me indicáis cual os suena mejor, sería bueno saberlo, es que nunca me acabo de decantar.

Nada más, a pasar con felicidad, cariño y familia está época de engorde. Y a esperar con ansias las rebajas, k uno se ahorra muxo gastando (un poco incongruente, ¿no?), el señor zara tb se frota las manos con ellas. En fin, un carro de abrazos pa tooosss