El otro día aprovechando que aterrizaba en Madrizz, fui a por el título (k ya era hora. K llevaba allí la virgen y más). Es curioso este blog nació casi que allí y ahora tiene tantos aromas distintos, y coño ni siquiera sé por dónde va a seguir ni él ni, por supuesto, yo. Me gustó volver a aquella facultad zarrapastrosa, a la siempre agradable carretera de Castilla, a Moncloa, a la psicótica M-30, en fin, a Madrid, o al menos, a mi trozo predilecto, a mi huequín, a mi pequeña parcela de remembranzas ambientadas en la capi. Guardo buenos recuerdos de tantas cosas, de tantos sitios, de Manu, Silvia, Álvaro, Leila, Zazu, Fernando… A pesar de ser un provinciano periférico y preferir serlo me encanta Madrid, está bien sentirse por un ratico tan cerca, tan próximo a todo lo que se cuece, a todo lo que parece relevante en ese momento, y que al poco caducará, porque es una ciudad de dinámicas, de influencias, de vida y movimiento, y yo un poco tortugo lisiao(y anacoreta), la verdad. Bah! Estuvo bien, como me gustan los campos de la Almarcha de vuelta a Alicante, por Dios. Bueee, a seguir aquí os dejo con el Hombre del ponxo, k se ha puesto piojoso y no he tenío más remedio que darle salida al muy cochino. He estado viendo westerns a mansalva, y sigo sin tenerlo claro. Pero kin remei, ahí va:
HOMBRE DEL PONCHO VIII: Pol y sus huevazos
Sin tiempo para mayores hostilidades, Ron y Pol decidieron subirlos a la habitación para explicarles, lejos de miradas curiosas, sus sencillos roles dentro del sencillo plan.
*R- A ver, este es el plan. Vosotros aquí- indica Ron con una especie de cayado sobre aquel emborronado mapa del barranco Matacabras mal sujetado a la pared con un machete- y al primer silbido de Pol, vais para allá disparos al aire, circundando el carromato ¿Entendido?- ambos asienten.
*P- Es la mar de sencillo, muchachos- acude Pol, que estaba situado justo en el extremo opuesto de la pieza, con bis conciliadora- cubrís el flanco de huida y nosotros los arrinconamos, después vais viniendo, cercándolos y una vez reducidos, los desvalijamos- informa Pol con un pícaro redoble de barbilla.
*R- Eso sí, chavales, no hay tiempo que perder. Pues si no después se nos puede echar la noche encima, y debierais saber que la oscuridad en estas praderas es veda abierta para los indios y demás bestias salvajes.
*P- Comanches- sentencia Pol en un leve susurro. El resto asiente con los ojos bajos, fijos en el suelo como buscando entre sus carcomidas tablas arriendos para afrontar el pavor que les produce aquella palabra del demonio, evocadora de ensillados monstruos únicamente uniformados a base de malos augurios y hedor a muerte.
Cuando Pol se plantó por primera vez ante la figura recelosa del señor O’Brienn este ya intuyó que poco podría hacer para retener a lo único valioso que le quedaba. Había perdido a su Escocia natal, a su luminosa mujer, a sus recios hijos… creyó que debía haberse acostumbrado, pero en su corazón de rastrojos y cenizas se montó tremenda hoguera de celos y desazón al ver llegar ante sí al espigado joven, de mirada firme y oscuros augurios.
*C- No aún es pronto- le había advertido Cloé que pese a desearlo desesperadamente comprendía que su padre se apagaría como una vela si ella se largaba así, de golpe, de su vera. Además ¿De qué demonios iban a vivir? Tendrían qué emigrar a territorio aún más hostil, domar la tierra y la miseria y cruzar los dedos para no sucumbir en el proceso (intento*) ¿Por qué? ¿Qué clase de delito había cometido su padre para castigarlo de aquel modo, abandonándolo así a su suerte, a su mal sino? ¿Qué prisa había? Eran jóvenes, y con una pizca de chamba y el talento arriero de Pol seguro que lograrían hacerse con alguna propiedad de poca monta en dos o tres años, entonces sí, aventuraba la jovencísima muchacha, sería el momento.
Pol nunca fue de los que se amedrentan, y a las primeras de cambio, es decir, justo el día siguiente de cumplir los 16, se presentó en casa de los O’Brienn, con una cesta de fruta y un traje al menos dos tallas grande que a decir verdad lo encogía más que conseguir que pareciese un pretendiente digno económica o físicamente.
*C- ¿Qué diablos haces aquí?- inquirió Cloé con disimulada emoción.
*P- Vengo a pedir tu mano- se limitó a informar Pol que con cierta brusquedad franqueó la desvencijada y quejumbrosa puerta de los O’Brienn. Cloé no sabía qué hacer se debatía entre animarle con un beso de tornillo o liarse a mamporros y bofetones para ahuyentarlo y retornarlo de ese modo a la cordura. A fin de cuentas, lo único que supo hacer fue echarse a un lado y mantenerse a la expectativa.
Anthony O’Brienn nunca fue gran cosa. Ya de mocoso, dada su escasa estatura, le costaba mirar por encima de los demás. Fue un niño pobre de infancia extraña, a pesar de ser frecuentemente maltratado por el resto de la muchachada volvía a casa danzando, correteando feliz. Se diría que los golpes del mundo exterior los sobrellevaba con un empaque híper estoico. Quizás, porque él conocía que la auténtica fortuna se tejía en cada rincón de su humilde hogar. Aquel cochambroso caserío casi comido por la espesura verde que compartían con inusitada armonía sus padres y sus tíos. Lo cierto es que su madre y su tía lo malcriaban a base de bien y su hermana, linda como una mariposa entre gusanos, lo mantenía ocupado, con sus cuentos de duendes, damas y caballeros, con sus excursiones a sitios inhóspitos, con sus bromas y sustos urdidos a traición… siendo uña y carne habían planeado, cuando fueran mayores, adentrarse en el bosque y vivir al margen de la sociedad, como salteadores de fortuna. Se consideraban a sí mismos un dúo tan temible o más que invencible. La desgracia nunca le abandonó, con 14 años, Annie, su incansable compañera de fatigas murió de gripe. Su vida a partir de ahí fue muy gris. La gente apenas se fijaba en él, sino para ningunearlo, y él apenas si tenía interés por aquellos que no eran su fallecida hermana. Sólo emigrando empezó a atesorar algo de respeto en los demás, y fue más que nada por haber conquistado a su esposa. Nada difícil cuando desde pequeño has bailado y volado con otra mariposa rodeada de gusanos.
Pol se dirigió a su destino con garbo. Los pasos ruidosos, marcados, taconearon su presencia durante el efímero trayecto conducente a reunirse con el patriarca a tratar. Al divisarlo con un protocolario –disculpe usted que venga a importunarle sin previo aviso- se presentó. Estrechó la mano de D. Anthony de forma envolvente, apretando lo justo, amoldándose con maestría a la fuerza ejercida por su homologo. Después se quitó el sombrero en media reverencia y tomo asiento frente a él. El Sr O’Brienn se encontraba, de forma aparentemente yerta, en un apolillado sillón orientado hacia la chimenea. A ambos únicamente los separaba una mesilla circular dónde descansaba algún que otro apero del campo y otros cachivaches más bien domésticos.
*A- ¿Y bien?- pareció al fin cobrar vida el importunado progenitor- Siguiendo el hilo de su interrupción ¿A qué debo el placer de su molestia?
*P- Sr. O’Brienn bien sabrá usted que de un tiempo a esta parte su hija y yo nos hemos estado viendo.
*A- ¿Y Qué? Por ello ya se cree habilitado para campar a sus anchas por mi casa.
*P- ¿Perdone?- titubeó Pol, algo inexperto en ambientes bélicos -No, en absoluto.
*A- Entonces- su mirada, verde, concisa se volvió hacia él inflamada como un horno crematorio- ¿Qué ha venido usted a hacer? A robarme a mi hija, a mi único tesoro. Esa incauta, que desconoce la perversidad de los hombres.
*P- Yo no vengo a robar a nadie. Vengo a proponerle y a pedirle algo.
*A- Nada quiero escuchar de un criajo como usted, sin más valías que la fanfarronería propia de una juventud disoluta.
*P- Sé que nada le he demostrado aún y comprendo que usted todavía no me tenga ninguna confianza. Pero yo sé más de lo que usted cree. Y jamás se me ocurriría separarle de su hija. Porque para empezar haría sufrir a lo que más quiero. Y eso sería egoísmo no amor. Lo que le propongo es mucho menos traumático o sí, quiere, mucho más familiar. Le insto a que me dé la oportunidad.
*A- ¿Oportunidad? ¿De qué?
*P- Un trato. Usted da su consentimiento a que nos casemos. Es decir, me otorga su mano.
*A- Siendo un trato ¿A cambio de qué?
*P- A cambio de darme un año para ser digno de ustedes. Pienso partir al Noroeste, pienso encontrar fortuna y volver hecho un hombre.
*A- ¿Un hombre?
*P- Sí, un hombre capaz de mantener a su familia. Una familia en dónde usted será bienvenido.
*A- Hijo ¿Quieres morir?-preguntó D. Anthony con cierto sobrecogimiento -Cloé, Cloé- gritó.
*C- Sí, padre- corrió Cloé, ruborizada y en parte compungida por poner en semejante brete a su bendito padre.
*A- ¿Amas a este chico?- Los amantes se miraron tímidos, con la frágil ternura al mirarse que sólo los amantes poseen. Después se miraron padre e hija, y esta última asintió- No me hace falta saber más. Ya he perdido dos hijos. No tengo necesidad de perder a más. Si la quieres, tuya es, no hace falta que te mates. Los mártires son para la Iglesia y sus propagandistas no para este maldito lugar alejado de la mano de Dios- Pol se levantó y fue a agarrarle la mano a Cloé. Era una linda pareja. De repente le dio un beso en la mejilla y volvió a colocarse en frente del Sr. O’Brienn.
*P- Insisto en lo mismo, sólo preciso de medio año- Se hurgó en el bolsillo de la americana, sacó una pequeña bolsita de cuero desafiante y la dispusó delicadamente sobre la mesa.
En la bolsita se escondía, como no, una inmensa pepita de oro. Pol, porfiado, siguió su instinto, se fue al Noroeste, comerció con los indios, aprendió medianamente su lengua, luchó con ellos y contra ellos, estuvo a punto de morir varias veces pero regresó vivito y coleando a los siete meses. Volvió cambiado pero con la saca llena. La boda se celebró de inmediato y fue notoria en la comunidad…
*-¡Bah! Daría yo buena cuenta de esos melenudos pieles rojas con la mano derecha amarrada a la espalda- Amenaza el rubiales, que en esta ocasión se hace llamar Sean. A continuación, escupe sobre las palmas de las manos y se las frota al compás de una mueca diabólica. Parece, a todas luces, un personaje realmente execrable y/o espeluznante. Pol se huele que no habrá que quitarle el ojo de encima a un chaval tan aventuradamente procaz.
CONTINUARÁ
Joer, hace mil que no escribía. La vida y el trabajo que lo tienen a uno tó atosigaete. De hecho, ni siquiera me creía capaz de una nueva entrega pero al final juntando las neuronas con un tenedor lo conseguí ;). Elé me alegro de que haya llegao al fin el fresquete y la lluvia. Me encantan los días plateaos, me parecen tan sanos y meláncolicos… En fin, que ya casi casi es navidad, que ya hay polvorones en el mercachona, y yo estoy muy feliz a este respecto. Ya sé, ya sé, soy un gordo patata. Un abrazo fortísimo. Cuidaos mucho que los virus con el frío se ponen mu flamencos. Asín que os repito el típico consejo de madre, abrigaos bien mozuc@s
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