Notición, notición!!! el hombre del poncho llega a su decima entrega ¡incredibolll! pensaba escribir un capítulo to gore, oscuro y dramático pero con la primavera y mi vagancia no casaba en absoluto. Así que sin más dilación el ponchoso sin mangas renegado vuerto y revuertooo decenarioooo
EL HOMBRE DEL PONCHO X: El fénix engarzado
Pol Pol, con su poncho ceniciento medio subido y su mandíbula conformando una mueca casi canina, realiza a sus esbirros las señas de rigor. Las cartas ya se han repartido ¡abran juego, señores! El rubio y el moreno parten juntos, con su consabida indolencia intacta. Se dirigen hacia una de las crestas de la ladera oeste. Más tarde se bifurcaran, cubriendo pues el extremo nororiental y suroriental del meollo de la cuestión.
Desde su atalaya privilegiada Ron, el auténtico cerebro
logístico de la operación, observa el movimiento sincronizado de sus
humanizadas fichas de ajedrez. “Todo marcha” La explanada por la que transitan las
diligencias es tan vulnerable en ese punto en específico, que resulta hasta
raro que jamás nadie haya perpetrado un asalto similar “Siempre tiene que haber
una primera vez” medita Ron no exento de recelo y preocupación “Aunque las
primeras veces hay que ser lo más cauteloso y concienzudo que se pueda, ya que
no se conoce a ciencia cierta por dónde
se pueden torcer las cosas” añade precavido al tiempo que se desencaja su
sombrero oscuro de media ala y atiende con concentración el desarrollo de los
acontecimientos. Luce un sol de justicia. Unas insurrectas gotas de sudor se despeñan rítmicamente desde la barbilla del bandido mirón. “Cuánto más previsible y aburrido
resulte el asalto, mejor que mejor” masculla entre dientes el agobiado y achicharrado cowboy dando por concluida su reflexión.
Cloé presintió que Pol
estaba al caer. Fuese o no fuese una herencia metafísica proveniente de la abuela
a la cual le debía el nombre lo cierto era que en cuanto el niño topo y ella
unieron sus labios por primera vez, una especie de mota corajuda, tierna y
vital atravesó su piel yendo a alojarse de forma definitiva al interior de su enamorado
corazón. Con tal que cada vez que se lo preguntaba con sinceridad sabía el
sentimiento que predominaba en el ánimo de su prometido, y por tanto si estaba
bien o se hallaba algún tipo de apuro. Tras unos días previos de excitación y
cansancio, aquella mañana, nada más despertar la ilusión le había desbordado. Una
sonrisa pura, plena la acompañó durante sus labores e iluminó por completo la
fea mañana de aquel extraño verano.
Él llegó un cuarto de
hora después del mediodía. Sucio como un mandril. Y con el ritmo sosegado del
que lleva un largo viaje (travesía/odisea*) a las espaldas. Media milla antes del patio descabalgó y le
arreó una certera palmada a aquella imponente grupa alazana. El obediente caballo
relinchó, aliviado, y prosiguió instintivamente hacia el abrevadero del establo.
La sombra barbuda y
acechadora del más valeroso y temible de los piratas del caribe serían las
palabras con las cuales Cloé hubiera descrito a Pol en su empeño por recorrer y
revisar los escasos campos de aquella finca camino a la casa principal. A Cloé
su entrada le pilló tendiendo la ropa, tal cual el día en que se conocieron.
Debía ser el sino de la pareja. Nada más avistarlo, se quedó petrificada,
sobrecogida. Pese a estar sobre aviso se sintió tan sobrepasada. Rápidamente,
apoyó sus temblorosas manos sobre la boca, llorando, gimoteando a moco tendido.
Eran tantas las ganas, era tan vertiginoso el acelerón de sus latidos, era tal
la felicidad. Y en cuanto estuvo a unos cien metros o así, corrió hacia él como un puma
hambriento ante un carnero moribundo. Y se abalanzó a sus brazos, y lo tiro
contra el polvoriento suelo, y casi lo aplasta, y casi lo ahoga a besos. Y olía
a jabalí, pero ay cuanto había añorado aquel olor a mala bestia.
Y Pol se dejó querer.
Claro. Y reía. Y su dentadura blanca como glaciar contrastaba con su piel
bronceada y su fosca perilla. Y estuvieron rebozándose a conciencia por aquella
maleza agreste un buen rato. Y más tarde, exhaustos, se resolvieron de costado,
enfrentados, escrutándose, contemplándose, reconociéndose, redescubriéndose de
vuelta.
-Ay señora Pol si
usted supiese la de veces que he soñado con este día.
-Lo lamento señorito
Pol. Pero de esa tal señora Pol que usted menciona no tengo noticia alguna ni
conocimiento pertinaz. Así pues, le recuerdo que tiene ante sus privilegiados
ojos a la muy respetada señorita O’Brienn.
-No reniegue, señora
Pol- insistió Pol burlesco- usted ya no se me escapa- aseveró pellizcando por
los costados y el terso trasero a su futura esposa.
-Ay señorito Pol, ve
mi dedo anular. Desnudo, impoluto. Pues ya sabe.
-Eso se puede remediar.
Mi queridísima señora- amenazó llevándose la mano al bolsillo interior del
chalequito.
Y tras un ligero
forcejeo. Allí estaba, brillante como el ave fénix en pleno vuelo de
resurrección, un rubí de 2 quilates, de un oscuro rojo escarlata, engarzado a
una sencilla alianza de oro. Cloé lo veía y no se lo creía. Ahí, frente a sus
mismísimas narices, un carísimo y precioso anillo de matrimonio agarrado en
tenaza por los sucios dedos de Pol, su Pol, su niño ya hombre. Los ojos
esmeralda de Cloé chisporroteaban, rebosantes de emoción. De tal manera, que
aún es esa precisamente la imagen a la que más acude el cerebro de Pol cuando la recuerda.
-¿Puedo?- alcanzó a
murmurar desde su interior la niña a la que su madre le leía picnic tras picnic
cuentos de príncipes y princesas.
Alegres lagrimillas recorrían
el bello rostro de Cloé. La humedad de sus ojos potenciaba aquel intenso verde
de ilusión que su sentir proyectaba. Pol al ver como aquel anillo se deslizaba
en el anular de su amada se sintió, de repente, el tipo más dichoso del mundo
civilizado. Se ajustaba a su dedo que ni hecho a medida. Se agarraron de la mano, ilusionados. El contacto de ambos con aquel nuevo
elemento extraño era tan halagüeño que apenas lograban dejar de sonreír.
Se besaron y amaron un
poco más. No había prisas. El tiempo era de nuevo algo de ellos, común, un bien
compartido.
-Entonces ¿qué tal si
procediésemos a entrar a cubierto, señora Pol?
-Como no. Mi casa es
su casa, señor Pol.
De un buen brinco se
alzó Cloe para a renglón seguido ayudar a Pol a levantarse ¡Que aroma más rico
destilaba aquella vieja casa! Olía a estofado recién hecho. El nuevo Pol más
hombre, más adinerado y más robusto cayó en la cuenta de que el hambre era ya lo único que realmente le acuciaba.
Pol y Quenting serán los jinetes. Los bandoleros a caballo
encargados de la parte peliaguda del asunto. El único flanco transitable será
cubierto por la pareja de neófitas sabandijas, desdeñosamente presentadas como Sean y Ben. Serán María y Ron, rifle en mano, los encargados llegado el caso de impedir cualquier tipo huida ya fuera
en avance o retirada.
-Me harías los honores- le pide Pol a Quenting. De manera
casi eucarística, ambos malhechores desenfundan sus pistolas y las esgrimen en
alto.
-Por los aullidos del coyote. Mejor matar que qué te maten ¡cojones!-
vocifera Quenting con los labios abocinados hacia el cielo. Aúllan un par de
veces y agarrando las riendas con una sola mano, chocan los cañones de sus
pistolas a modo de brindis y se sonríen sin reservas. A fin de cuentas, ésta
bien podría ser la última vez que se sonriesen.
CONTINUARÁ
Deberíais darme una estrellita o un caramelito que he llegao a la decena, hombre!! y en tercera personaaaaaa, toma geromaaaa!! No tenía confianza en que pudiera ocurrir pero lo conseguí, yipijuuuuú. Bueee, empezaré a nadar de nuevo en la playicaaa. Tngo k estudiar mil pa las opos y de paso reabrirme al mundo que me he pasao de haragánnn un rato largo. Un abrazo peña y a disfrutar del solecico, los insectos voladores y la florestaaaaa cashondona x polinizar.
PD: Seguid luxando chic@s aunk sea difícil y os den con la puerta en la narices 100 veces más de las que la ONU considera tortura animal. Yo, al menos, lo intentaré ;)